Comentario
De la grandeza de las montañas de Abibe y de la admirable y provechosa madera que en ella se cría
Pasados estos llanos y montañas desuso dichas se allega a las muy anchas y largas sierras que llaman de Abibe. Esta sierra prosigue su cordillera al occidente; corre por muchas y diversas provincias y partes otras que no hay poblado. De largura no se sabe cierto lo que tiene; de anchura, a partes tiene veinte leguas y a partes mucho más, y a cabos poco menos. Los caminos que los indios tenían, que atravesaban por estas bravas montañas (porque en muchas partes dellas hay poblado), eran tan malos y dificultosos que los caballos no podían ni podrán andar por ellos. El capitán Francisco César, que fue el primero que atravesó por aquellas montañas, caminando hacia el nascimiento del sol, hasta que con gran trabajo dio en el valle del Cuaca, que está pasada la sierra, que cierto son asperísimos los caminos, porque todo está lleno de malezas y arboledas; las raíces son tantas que enredan los pies de los caballos y de los hombres. Lo más alto de la sierra, que es una subida muy trabajosa y una abajada de más peligro, cuando la bajamos con el licenciado Juan de Vadillo, por estar en lo más alto della unas laderas muy derechas y malas, se hizo con gruesos horcones y palancas grandes y mucha tierra una como pared, para que pudiesen pasar los caballos sin peligro, y aunque fue provechoso, no dejaron de depeñarse muchos caballos y hacerse pedazos, y aun españoles se quedaron algunos muertos, y otros estaban tan enfermos, que por no caminar con tanto trabajo se quedaban en las montañas, esperando la muerte con grande miseria, escondidos por la espesura, por que no los llevasen los que iban sanos si los vieran. Caballos vivos se quedaron también algunos que no pudieron pasar por ir flacos. Muchos negros se huyeron y otros se murieron. Cierto, mucho mal pasamos los que por allí anduvimos, pues íbamos con el trabajo que digo. Poblado no hay ninguno en lo alto de la sierra, y si lo hay está apartado de aquel lugar por donde la atravesamos; porque en el anchor destas sierras por todas partes hay valles, y en estos valles gran número de indios, y muy ricos de oro. Los ríos que abajan desta sierra o cordillera hacia el poniente se tiene que en ellos hay mucha cantidad de oro. Todo lo más del tiempo del año llueve; los árboles siempre están destilando agua de la que ha llovido. No hay hierba para los caballos, si no son unas palmas cortas que echan unas pencas largas. En lo interior deste árbol o palma se crían unos palmitos pequeños de gran amargor. Yo me he visto en tanta necesidad y tan fatigado de la hambre, que los he comido. Y como siempre llueve y los españoles y más caminantes van mojados, ciertamente si les faltase lumbre creo morirían todos los más. El dador de los bienes, que es Cristo, nuestro Dios y Señor, en todas partes muestra su poder y tiene por bien de nos hacer mercedes y darnos remedio para todos nuestros trabajos; y así, en estas montañas, aunque no hay falta de leña, toda está tan mojada, que el fuego que estuviese encendido apagara, cuanto más dar lumbre. Y para suplir esta falta y necesidad que se pasaría en aquellas sierras, y aun en mucha parte de las Indias, hay unos árboles largos, delgados, que casi parecen fresnos, la madera de dentro blanca y muy enjuta; cortados éstos, se enciende luego la lumbre y arde como tea, y no se apaga hasta que es consumida y gastada por el fuego. Enteramente nos dio la vida hallar esta madera. A donde los indios están poblados tienen mucho bastimento y frutas, pescado y gran cantidad de mantas de algodón muy pintadas. Por aquí ya no hay de la mala hierba de Urabá; y no tienen estos indios montañeses otras armas sino lanzas de palma y dardos y macanas. Y por los ríos (que no hay pocos) tienen hechas puentes de unos grandes y recios bejucos, que son como unas raíces largas que nacen entre los árboles, que son tan recios algunos de ellos como cuerdas de cáñamo; juntando gran cantidad hacen una soga o maroma muy grande, la cual echan de una parte a otra del río y la atan fuertemente a los árboles, que hay muchos junto a los ríos, y echando otras, las atan y juntan con barrotes fuertes, de manera que queda como puente. Pasan por allí los indios y sus mujeres, y son tan peligrosas, que yo querría ir más por la de Alcántara que no por ninguna dellas; no embargante que, aunque son tan dificultosas, pasan (como ya dije) los indios y sus mujeres cargadas, y con sus hijos, si son pequeños, a cuestas, tan sin miedo como si fuesen por tierra firme. Todos los más destos indios que viven en estas montañas eran subjetos a un señor o cacique grande y poderoso, llamado Nutibara. Pasadas estas montañas se allega a su muy lindo valle de campaña o cabaña, que es tanto como decir que en él no hay montaña ninguna, sino sierras peladas muy agras y encumbradas para andar, salvo que los indios tienen sus caminos por las lomas y laderas bien desechados.